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17 agosto 2013

Día 779. Mas banderas que alegría

(paréntesis del viejo continente, cogiendo fuerzas para todo lo bueno que viene...)

Pasada la Plaza de España y recorriendo la calle paralela al Parque Hernández, escuché el comentario de una mujer sentada delante de mí dirigido a su acompañante, los dos con la mirada perdida entre palmeras, fuentes y antiguas fachadas modernistas:

-         -  “La ciudad esta bien, pero… le falta alegría ¿no?

Mi pensamiento, instalado en ese momento aún sobre la reciente visión de Melilla la Vieja, recogió el comentario al momento y reforzó todo aquello que había estado pensando y viviendo en las últimas horas. A esta ciudad le falta una chispa de alegría que otras si tienen.



Entre cristianos, hindúes, judíos y musulmanes, anda el color y la riqueza de Melilla. De su mezcla y mestizaje sale su belleza, guardada con recelo entre las murallas que conforman el recinto fortificado. Se cuenta que una vez Melilla la Vieja se quedo pequeña para la población, y se decidió extender la ciudad hasta los límites que marcara un cañón; allá donde la bola del cañón llegara, hasta allí se construirían nuevas viviendas.

Y es que el vocabulario militar es otro santo y seña de la región. Tenientes, generales y guardia civil acompañan calles y dan forma a escudos y monumentos bastante descafeinados y pasados de fecha. Eso sin hablar de la bandera, impuesta casi por obligación y llevada con entusiasmo patriótico en polos, zapatillas y demás ropa informal.




Coincidiendo con la semana náutica , el final del Ramadán y con ambiente sofocante de humedad, Melilla se mostró como un gran cuartel donde todo debe seguir un guión establecido. Un cuartel donde un papel te permite estar dentro, y donde sin él sólo te toca esperar tu oportunidad detrás de la valla. Un afortunado, así hay que sentirse.


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