Siempre recordaré aquel momento, cuando después de mirar de arriba abajo las indicaciones del camino, decidimos que la mejor forma de alcanzar el Palacio Da Pena situado en la cumbre era andando.

No fue una buena elección. Aquella cuesta parecía no terminar nunca y el paso de los minutos hizo que las piernas empezaran a flojear. Además, pese a caminar bajo las sombras del manto verde de la naturaleza, el calor del mediodía era asfixiante, y beber agua se convirtió en una constante.
- No debe quedar mucho… ¿no?
Mi pregunta no obtuvo respuesta. Ninguno se atrevió a pronosticar el final de la senda. Todos estaban concentrados en seguir subiendo aquella diabólica pendiente, deseosos como yo de alcanzar la meta, meta que no tardó en llegar. Unos metros más arriba se ubicaban las altas murallas de piedra que guardaban el palacio. Desde nuestra posición, y tras una maraña de ramas entrecruzadas, ya se podían ver las paredes rosas y amarillas que daban forma a uno de los castillos más bellos y a la vez exóticos de toda Europa, que mezcla elementos medievales y árabes, que dispone de imponentes puertas, azulejos por doquier, figuras mitológicas cargadas de simbología, galerías de arcos…
El Palacio Da Pena lleva reluciendo en la preciosa localidad de Sintra desde el siglo XIX. Se levantó sobre las ruinas de un monasterio Jerónimo del siglo XV, que a su vez había ocupado el lugar de una capilla dedicada a Nuestra señora Da Pena. Considerado el más notable ejemplo de arquitectura de estilo romántico de Portugal, ha sido lugar de deseo de numerosos reyes, que encontraban en él una eterna sensación de felicidad.


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