Existen lugares de esos que un día conocimos por cuentos e historias infantiles que pueden visitarse en vida. Lugares hechos con esmerado cariño, sencillos pero entrañables, algo aislados pero cercanos, situados sobre escarpados relieves pero accesibles.
Puede que aquel día tuviera sobredosis de hemoglobina soñadora, o a lo mejor exceso de añoranza patriótica. Si tuviera que apostar, por haría por una tercera razón mucho más papable que las anteriores: simplemente es un bonito lugar que se presta para todo ello.
Puede que aquel día tuviera sobredosis de hemoglobina soñadora, o a lo mejor exceso de añoranza patriótica. Si tuviera que apostar, por haría por una tercera razón mucho más papable que las anteriores: simplemente es un bonito lugar que se presta para todo ello.
Hay unas protagonistas absolutas, culpables en gran medida de esto. Visten como quieren y consiguen colocarse en sitios insospechados, no actos para los que padecemos de vértigo. Parecen tener como única norma no pasar desapercibidas. Las locas casitas de Cuenca son así.
Al plantarme delante de ellas, sonreía, imaginando como diminutos seres cargados con botes de pintura y brocha se habían dedicado a extender tanto color por sus fachadas. Un color tan vivo en la mayoría de los casos que hizo abrir mi apetito y alimentar más aún mi fantasía, comparando aquellas bellas casitas con enormes dulces de chocolate de diferentes sabores. Lo malo es que una vez que lo piensas, no puedes quitarte esa idea de la cabeza. Terminé con un terrible antojo de pastel.
Al plantarme delante de ellas, sonreía, imaginando como diminutos seres cargados con botes de pintura y brocha se habían dedicado a extender tanto color por sus fachadas. Un color tan vivo en la mayoría de los casos que hizo abrir mi apetito y alimentar más aún mi fantasía, comparando aquellas bellas casitas con enormes dulces de chocolate de diferentes sabores. Lo malo es que una vez que lo piensas, no puedes quitarte esa idea de la cabeza. Terminé con un terrible antojo de pastel.
De todas aquellas viviendas, es curioso que sea la más anciana la más osada, la que desafíe la gravedad con más descaro. Símbolo de Cuenca, las Casas Colgadas (actualmente albergan el Museo de Arte Abstracto) dominan el abismo de la Hoz del río Huécar acentuando el perfil vertical de la ciudad. Algunos metros por debajo de ella, el Puente de San Pablo, hecho de hierro y madera hace un siglo, que parece esperar con los brazos extendidos la eterna caída de la construcción.
Cuenca conserva un importante patrimonio histórico y arquitectónico, que se extiende por toda la ciudad antigua, aunque focalizado en edificios como los numerosos conventos e iglesias y la Catedral. Esta última, situada en la Plaza Mayor desde finales del siglo XII, constituye uno de los ejemplos más tempranos del gótico español, una joya que resalta por su Arco Jamete, el Transparente y sus vidrieras contemporáneas.
Empezaba con esta visita un breve periplo de días por el centro de España. Días para guardar en una cajita todas esas cosas que luego cuando estás en el extranjero echas tanto en falta. Guardadas como todas aquellas historias y cuentos de la infancia.
(dedicado a los simpáticos habitantes de Cuenca que me crucé por el camino; todas las fotos de la ciudad, a máxima resolución, pinchando AQUÍ)
No hay comentarios:
Publicar un comentario