(19 de abril de 2012, último día en el este de Eslovaquia)
Toda el ala izquierda de la plaza principal, esa donde el ayuntamiento, un famoso antro repleto de jóvenes los fines de semana y el conocido restaurante de las tres rosas se situaban, estaba patas arriba. Unos restos de cerámica y diversos utensilios del pasado tenían la culpa de que ahora todo el pavimento estuviera levantado y lleno de socavones.
Aunque el movimiento de vehículos apenas se producía por las obras, amas de casa, estudiantes y trabajadores que recién habían terminado su jornada laboral merodeaban el lugar bajo un sol propio de tierras españolas, posiblemente un presagio de lo que me encontraría en mis próximas horas.
Justo un minuto antes de que el reloj de la torre marcara las cuatro de la tarde, intenté acceder a la oficina de información turística, también situada en el ala izquierda, pero aunque el cartel de la puerta indicaba que estaba abierta, la puerta ya no cedía a mis empujones. Había llegado tarde.
- Bueno – pensé – con esto ya he terminado todo.
Me había despedido de compañeros, alumnos y amigos. Había terminado de hacer la maleta, una tarea que no me resultó tan difícil. Había caminado por última vez por pasajes y calles que me habían acompañado durante meses. Ya sólo me quedaba coger aire con fuerza y esperar unos segundos a que la torre del reloj, esa que me ha cantado mis horas en Roznava, me despidiera de la mejor forma que sabe, con una melodía.
(Dakujem Roznava… )
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