Viendo ese fantástico atardecer sobre las nubes, las dudas sobre el incierto destino se disipaban. Ningún camino que no fuera el correcto podía presentarse con aquella gama de colores.
Los ojos delataban poco descanso. Hacía unas horas que la fiesta de fin de año había terminado, y la ciudad seguía anestesiada por la larga celebración. Atrás quedaban langostinos, champán, campanadas y uvas. Atrás quedaban besos y abrazos junto a la familia y amigos.
El ritmo de Duck Sauce volvía a abrir las puertas de Birmingham, tal como la había dejado hace dos semanas. No había rastro de la nieve, pero continuaba instalado el frío en las calles, humedecidas por los canales y oscuras desde tempranas horas de la tarde, tan transitadas como siempre por los mismos desaliñados personajes que vuelven loco su vestidor. Cuesta asimilar en pocas horas tanto cambio.
En eso pensaríamos Bea y yo al aterrizar en Inglaterra, en el cambio, en el regreso a la Birmingham de las ilusiones; otra explicación no habría para despistarnos y abandonar su teléfono móvil en el asiento del tren que comunicaba el aeropuerto con la ciudad. Rápidamente nos pusimos en contacto con un empleado de la estación, que por teléfono comunicó la incidencia a un operario del tren.
- “… dicen que puede estar sobre el asiento, ellos no hablan muy bien inglés…”
Será estúpido. ¿Qué no hablo muy bien inglés?¿Acaso piensas que no te he entendido? Le regalamos un par de sonrisas falsas para que continuara con su trabajo, pero el teléfono no apareció. No estaba siendo la mejor forma de empezar el segundo acto en Inglaterra.
Dicen que las penas son menos con el estómago lleno, a si que acudimos a la pizzería de barrio del último otoño, ese local pequeño donde el camarero termina conociéndote y preguntando sobre tus planes futuros. Para nuestra sorpresa, comimos bajo música flamenca, cortesía del muchacho de detrás de la barra, que había estado en Madrid en las últimas semanas y se había comprado un CD de título “volverás”. Nos dio vergüenza preguntarle que cantaor era, viendo el interés que puso y siendo nosotros españoles.
- No entiendo la letra, pero me gusta… - dijo el muchacho
- La letra es muy bonita – le contestó Bea.
Flamenco en pleno corazón inglés. Todo un detalle y un regreso difícil de olvidar. Bienvenidos de nuevo.
(foto cortesía de PaWeR13 http://www.flickr.com/photos/pawer13/?v=1 )
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