Mi madre me dijo una vez que a medida que pasan los años, lo
que más cuesta es recordar fechas. Fechas en general, de todo tipo,
aniversarios, tanto alegres como tristes, estrenos, despedidas, acontecimientos
importantes al fin y al cabo. Cuando alcanzas cierta edad acumulas tantas y
tantas vivencias que prefieres no echar la vista atrás para no perderte.
No recuerdo ninguna fecha exacta pasada de mis dos últimos
años, únicamente la de mi reciente regreso a España, pero solo por su
proximidad. Los souvenirs a modo de tickets, entradas, octavillas, postales…
que antes guardaba con esmero de lugares y días y que ayudaban a recordar
pasaron a mejor vida, quedando sólo vagos recuerdos de esos momentos sin fecha
precisa. Un paseo por este blog los últimos días ha devuelto el color y parte
de esas sensaciones pasadas a los recuerdos que se han instalado en blanco y
negro. Ahora mismo, la única llave capaz de abrir mi pasado.
Para alguien tan intranquilo y ambicioso como yo resulta más
fácil acordarte de fechas futuras, pese a que en muchos casos terminen siendo
modificadas. No me resulta raro tener programado ya mis meses más recientes,
los que me mantendrán en España, con cursos, deporte, reuniones o eventos
sociales, compromisos y algúna que otra escapada.
Agosto marca el ritmo, es el mes del calendario que tiene
más señales y cruces, debido a un nuevo e importante paso. Ya hay destino para
el próximo año. En realidad no es nuevo, lo sabía desde hace un par de meses.
Europa no esta aún completa a mis ojos y países como Polonia, Letonia,
Lituania, Estonia o la mismísima Rusia empiezan a inyectarme dosis de
entusiasmo.
Las cosas bonitas merecen ser vividas dos veces, y Europa
del Este merece un segundo año. Una fecha futura fácil de recordar. Por las
ganas. Por la ilusión.
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