El cuerpo reposaba semihundido en un sillón, descolorido,
con algún que otro orificio por quemadura de cigarro. Tan cansado después de
todo el día con la maleta a cuestas que sólo estaba en mente la llegada, el
pensamiento único de descansar, de encontrar una habitación de hostal donde
poder pasar la primera noche en la ciudad.
Aquel sol que me dio los buenos días, hace ya bastantes horas,
terminaba de desaparecer. El horizonte se tornaba rojizo, seguido minutos
después de tonalidades más pálidas, hasta terminar por fundirse con la inmensa
oscuridad que reinaba ya en el cielo. Fue ahí, en ese instante, cuando los ojos
dijeron basta, y durante unos minutos se cerraron para imaginar otros campos,
otras ciudades, un futuro próximo.
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