La oscuridad y esa enigmática luna llena que tanto enamora y atemoriza fueron las invitadas esa noche de un Camino de Santiago que acababa de dar comienzo. León no terminaba de mostrarse, y tras sus viejas paredes, todo eran preguntas y acertijos que no llegaban a descifrarse.
Con la mochila hasta los topes cargando a la espalda y calzando unas deportivas desgastadas, el recién llegado Stephen no paraba de mirar un mapa de la ciudad en la estación de autobuses. Su destino para las próximas horas en León aún era incierto.
Cuatro ojos ven mejor que dos. En un par de minutos terminamos de situarnos y arreglar la primera noche, tomando unas cañas y unas tapas bajo el impresionante escaparate de la catedral de la ciudad.
Profesor natural de USA, Stephen era el reflejo de la aventura. Se había propuesto no sólo alcanzar Santiago de Compostela, sino llegar a Finisterre en poco más de 10 días, el lugar donde en la antigüedad se pensaba que el mundo se terminaba.
- A una media de 40 kilómetros diarios, podré alcanzar la costa de Finisterre el miércoles – aventuraba con un acento muy gaditano.
- ¿40 kilómetros diarios? ¡Guau!
Mi sorpresa provocó en su rostro una media sonrisa. Su intención al llegar allí era dejar sus zapatillas, dando por terminado su etapa en España y regresando a su país.
- ¿ Y después?
- Me encantaría volver a España… me gusta mucho este país, en el sur se vive muy bien. ¡Y las chicas Cordobesas son guapísimas!
(después de 9 intensos días, con varios kilos menos y las piernas bastante lastimadas, pudo completar su desafío y llegar a Finisterre, pudiendo dejar sus desgastadas zapatillas en la costa; ¡Buen camino amigo!)
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