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04 octubre 2011

Vivencias (I). Viajando en el tiempo

Hay viajes que deben ser recorridos y experiencias que deben vivirse.

Si algo tiene esta región diferente al resto de Europa es su transporte ferroviario, viejas locomotoras y vagones que te hacen retroceder en el tiempo 40 años, haciéndote protagonista de aquellas películas de aventuras que disfrutaste un día de chico en el sofá de casa, esas donde todo empezaba en una vetusta estación al aire libre entre silbatos, pesadas mercancías y despedidas a través de la ventanilla.

Reconozco no ser imparcial y adorar el transporte de un pasado no tan lejano. Pese a sus contratiempos y cierta incomodidad, aporta al viaje un aroma épico y romántico que te mantiene soñando despierto. Además, como años atrás, cada vagón se distribuye en pequeños compartimentos para seis-ocho personas que desembocan en alargados pasillos en un lateral, compartimentos formados por desconocidos en su mayoría que durante unas horas forman una comunidad, y te permite, aunque no siempre, intercambiar opiniones y vivencias.

La vida sobre estas vías va más lenta. Pese al poco tiempo que llevo aquí, ya he sufrido retrasos, equivocaciones, y viajes interminables de ocho y diez horas. Pero, pesé a ello, también son culpables hoy que cuando viaje no pueda evitar sonreír y sentirme más aventurero que nunca.

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