La
señorita Lisa me contó que ya traía bajo el brazo
mi libro sobre las maravillas del mundo moderno. Me contó
también que yo fui el niño que más le llamó la atención, no sólo por mi ser el
más larguirucho de todos, sino por tener según ella la sonrisa más bonita de
todas. Yo nunca me la he visto bonita.
Posiblemente
sea la profesora que más quiero de la escuela, siempre ha sido muy buena
conmigo. Me encantan los viernes por la tarde, cuando después de clase de canto
nos reúne a todos bajo la sombra de Don Anselmo, una vieja higuera situada en
mitad del patio de juegos, y prepara en una mesita limonada con galletas. A esa
hora se acercan a nosotros muchos profesores y empleados, que sacian su sed y
su apetito mientras mantienen acaloradas conversaciones que nunca llego a
entender, pero que siempre la terminan igual, entre grandes carcajadas. Los
días que llueve o hace mucho aire, nos quedamos en clase, pero no sin la merienda de la señorita Lisa.
Hoy
es viernes. Aún quedan algunas horas para la clase de canto y la limonada con
galletas, pero creo que no podremos salir al patio. La tormenta, siempre acompañada
de fuerte lluvia, no ha parado en toda la noche de rugir y sacudir el cristal
del cuarto, rompiendo mis sueños cargados de viajes y aventuras en países muy lejanos,
y aunque ahora no llueve, el suelo se ha convertido en un barrizal con multitud
de charcos, algunos tan grandes que podrían ser navegables. Don Anselmo parecía
estar en una isla en mitad del océano...
11 junio 2012
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