Hace un par de días que acudí a almorzar al chiringuito de Francisco situado en pleno paseo marítimo de Torremolinos. Con todo lo que me he quejado durante años de encontrar pescado en mi plato, y cuanto lo voy a echar de menos. Sardinas, boquerones, chanquetes, calamares, rosada… ¿Dónde sino aquí? Aún reconvertidos por el turismo los chiringuitos en graciosos rincones de música y color, perdura el olor a mar entre cremas solares, las conversaciones sobre pesca entre risotadas extranjeras y el sabor del pescaito frito entre cremosos postres.
En la década de los 40, con la llegada del primer vuelo a la Costa del Sol, empezó el cambio. Paraísos de arena y mar empezaron a ser ocupados por turistas con los bolsillos llenos de pesetas, jugoso pastel que empresarios y comerciantes no querían dejar escapar. El dinero, siempre el dinero. Empezaron a levantarse hoteles y apartamentos, dejando bajo las sombras las pequeñas y vetustas casitas de pescadores. El primero fue el Hotel la Roca, que estableció sus precios en 32 pesetas al día por reserva. En esa época, disfrutar de una sombrilla en la playa costaba 30 pesetas al mes y una silla era un extra de 15 pesetas.
Desde entonces, Torremolinos no ha parado de venderse como rincón de descanso y ocio para millones de personas procedentes de todo el mundo. En los catálogos de viajes encuentras lujosos hoteles, campos de golf, hermosas playas… pero sobretodo, sol, mucho sol.
Acostumbrado a recibir la energía del sol casi permanentemente ¿Cómo será vivir sin él? Mi matrimonio con el sol a punto de romperse, y no sé las consecuencias. Mientras llega el día de despedirnos, no queda otra que disfrutarlo.

(Para todos aquellos que retan a los ricos empresarios de la Costa del Sol con imaginación e ingenio para ganarse la vida)
(Para todos aquellos que retan a los ricos empresarios de la Costa del Sol con imaginación e ingenio para ganarse la vida)


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