Había que intentarlo, y solté de nuevo la pregunta.
-¿Y no hay ninguna posibilidad de llegar hasta allí?
De nuevo negó con la cabeza. La prohibición de la señora de
las taquillas terminó resultando más inaccesible que cualquier pared vertical de
piedra encontrada en la subida. No había manera de acceder a la cima, al pico
de Gerlachovský, si no era reservando con antelación un billete para viajar en
el viejo telecabina rojo. Mi gozo en un pozo.
Nos encontrábamos en su base, situada en torno a los 1800
metros de altura, un lugar de descanso y alivio para muchos, de paseos entre
lagunas heladas y laderas escarpadas, donde la compañía del viento siempre
estaba asegurada. El paisaje aquí arriba había cambiado. Atrás quedaron caminos
de roca y arena de pendientes moderadas, riachuelos salvajes, abetos y pinos junto
a bajo matorral, hogar de multitud de aves.
Los Tatras son una
cadena montañosa en la frontera entre Eslovaquia y Polonia, en la región de Prešov,
muy cerquita de la ciudad de Poprad. Con más de 17 picos de más de 2500 metros,
son parte de los Cárpatos Meridionales, las únicas cadenas montañosas de carácter
alpino. Hoy en día toda la zona es conocida, entre otras cosas, por los
deportes de invierno y las numerosas estaciones de esquí.
Todo el mundo en Eslovaquia conoce Tatras, y todo eslovaco
que escucha pronunciar su nombre sonríe y saca pecho. Son palabras mayores, una
región del país querida, no sólo por su belleza, sino también por su vida, las
leyendas en torno a ella y las historias de superación que rondan sus suelos.
Un lugar que la naturaleza ha deseado vestir así.
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