Después de un par de minutos viendo pequeños depósitos de
agua procedentes del interior de la tierra, un señor aguantando una linterna
nos esperaba junto a un improvisado embarcadero, puerta de entrada a pasadizos
inundados sólo capaces de ser atravesados navegando.
Las aguas más transparentes que puedes imaginar, esas que no
ven nunca la luz del sol. Allí estaban, rellenando todo el camino. Pequeñas
barcazas de madera que las surcan día sí y día también, a través de
laberínticos caminos e inmensas paredes de piedra que pueden terminar
asfixiando. Un silencio que aún realza más la belleza del lugar, remos y
antorchas que restan años a tus sentidos, y techos con figuras inverosímiles
que consiguen abrir la caja de los adjetivos más bonitos.
No es un sueño. Existe este lugar. Entre Eslovaquia y
Hungría, a mitad de ambos países, la cueva de Domica te hace descubrir que ese
viaje es posible. Este complejo de grutas y galerías es el más
grande de la zona, comunicando con la cueva Baradla (Aggtelek) en
Hungría. Fue descubierto en 1926
y está incluido en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1995.
Paseos de esos que se recuerdan, a veces vistos en películas
de fantasía, una quimera para la mayoría.
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