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23 mayo 2013

Día 739. Banska Bystrica

Te conocí hace ya más de año y medio de casualidad. Era otro invierno, otra época, después de equivocarme de tren en uno de mis múltiples viajes, y terminar aburrido durante horas en uno de los andenes de tu estación. Desde aquel momento el nombre de Banska Bystrica se cruzo en mi vocabulario y no lo he podido soltar. Ni yo, ni mi gente más cercana.

Hoy Banska Bystrica empieza a brillar desde muy temprano. A las 5 de la mañana ya me despierta con su luz intensa, capaz de atravesar cualquier persiana o cortina. El cielo es diferente, el clima, el paisaje, todo gracias a la explosión de color que hubo hace semanas y que hace escuchar el latido de la naturaleza. Parece un diamante recién pulido. Quién diría que es la misma ciudad en blanco y negro de hace unos meses, aquella que me terminó venciendo en noviembre de una certera estocada. Ahora te he ganado yo, pequeña ciudad de nombre extraño. Ahora soy yo el que te he vencido.

La reciente cicatriz está bien escondida, pero está ahí. Pueda que sea eso lo que haga que, a día de hoy, me sienta tan orgulloso de mí mismo y de la valentía con la que he afrontado el mayor reto que me he encontrado en mi vida hasta ahora: volver a ti. Volver para sonreírte, para terminarte viendo con alegría como mis alumnos aprueban sus asignaturas, para disfrutarte cada instante, para recuperar todas las ilusiones que parecían extraviadas, para calzar botas y mochila de viajero pegado a una cámara de fotos, e indagar por cada rincón desconocido de la vieja Europa sin más temor que se me enfríe la cena a mi regreso.

Durante las próximas semanas relataré unas cuantas historias, mostraré unas cuantas fotografías y le daré a este tercer año europeo el final que se merece. Un final muy feliz. Cómo así lo siento. Feliz.


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