Hoy Banska Bystrica empieza a brillar desde muy temprano. A
las 5 de la mañana ya me despierta con su luz intensa, capaz de atravesar
cualquier persiana o cortina. El cielo es diferente, el clima, el paisaje, todo
gracias a la explosión de color que hubo hace semanas y que hace escuchar el
latido de la naturaleza. Parece un diamante recién pulido. Quién diría que es
la misma ciudad en blanco y negro de hace unos meses, aquella que me terminó
venciendo en noviembre de una certera estocada. Ahora te he ganado yo, pequeña
ciudad de nombre extraño. Ahora soy yo el que te he vencido.
La reciente cicatriz está bien escondida, pero está ahí. Pueda
que sea eso lo que haga que, a día de hoy, me sienta tan orgulloso de mí mismo
y de la valentía con la que he afrontado el mayor reto que me he encontrado en
mi vida hasta ahora: volver a ti. Volver para sonreírte, para terminarte viendo
con alegría como mis alumnos aprueban sus asignaturas, para disfrutarte cada
instante, para recuperar todas las ilusiones que parecían extraviadas, para
calzar botas y mochila de viajero pegado a una cámara de fotos, e indagar por
cada rincón desconocido de la vieja Europa sin más temor que se me enfríe la
cena a mi regreso.
Durante las próximas semanas relataré unas cuantas
historias, mostraré unas cuantas fotografías y le daré a este tercer año europeo
el final que se merece. Un final muy feliz. Cómo así lo siento. Feliz.
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