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12 julio 2011

Día 296. La ciudad primavera

(un fugaz paso por la capital de Andalucía a principio del mes de Julio)



Nos hemos perdido. No cabía la menor duda. El mapa trazado a bolígrafo que sostenía sobre las manos ya no servía para nada, hace unos minutos que no veíamos ningún punto de referencia. Todas las casitas, esas con balcones con barandillas de hierro forjado adornados con flores, empezaban a ser iguales. Las rotondas, la mayoría ostentosas fuentes, no tenían ninguna distinción. Los nombres de las calles, estrechas y sinuosas, desaparecían por momentos.







Bajé la ventanilla y una ola de calor me pegó un bofetón la cara. Dos señoras de avanzada edad desafiaban al temible sol de verano sin complejos, caminando a paso ligero inmersas en una ardiente conversación. Mi grito de auxilio las detuvo, y sus indicaciones para enderezar nuestro camino no pudieron empezar de otra forma que con un “mi alma”. Que arte.

Ya sabéis. Nunca se esta tan perdido como uno cree. Tarde o temprano encuentras ese cartel, ese edificio, ese río, o simplemente esa mano que te indica la dirección a seguir. Tarde o temprano encuentras el nombre de Sevilla, la Giralda, el Guadalquivir, o simplemente esa mano que sostiene la copa de vino y espera compañía. Esa tarde, pese a un comienzo lleno de despropósitos, estaba de enhorabuena.




Los coches de caballos aguardaban a la sombra entre naranjos la llegada de turistas, turistas que no se separaban de helados, abanicos o frías botellas de refrescos. El blanco de las callejuelas del barrio de Santa Cruz dejaba paso a un cielo azul espectacular, reflejado en las aguas de ese río que tanta historia le ha traído. Y la tierra, allí donde no llega el agua, era bañada por el sabor de esas bodegas andaluzas que quitan el sentido, que mantienen en su entrada carteles anunciando espectáculos flamencos y sabrosas degustaciones de paella.








Algo tiene esta ciudad que engancha. El casco antiguo de Sevilla, su gente, su cuidada colección de árboles frutales y ornamentales de parques y jardines, su clima, su gastronomía… parece que la ciudad vive sumergida en una eterna primavera, aquella que la hace estar siempre bonita y radiante. Su patrimonio histórico y monumental, donde destacan la Giralda, la Catedral, el Alcázar…, así como sus diversos espacios escénicos y culturales, lo convierten en un lugar receptor de turismo nacional e internacional de primer nivel. Y todos, como no podía ser de otra forma, terminan saliendo de ella con una sonrisa en el rostro.







Tenía ganas de pasar un atardecer junto al Guadalquivir y la Torre del Oro, 36 metros de altura que le otorgan al río aún más señorío, y a las puestas de sol de Sevilla aún más belleza. Fue el último punto que visitamos antes de coger el coche de vuelta a casa.




(cuando Sonia me propuso acompañarla a Sevilla no me lo pensé, y es que no la conocía, tantos kilómetros recorridos por Europa y aún sin conocer Sevilla ¡ayyy!; todas las fotos de esta visita relámpago, a máxima resolución, pinchando AQUI)

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