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05 diciembre 2010

Día 84. Floreciendo, que no es poco

( un esmerado y coqueto arco iris que asomó sobre la alfombra blanca de nieve un 4 de Diciembre de 2010)


Mi relación con las plantas viene de años atrás, cuando el azar me hizo trabajar de monitor de cursos de concienciación medioambiental en los que considero los mejores lugares para relajarte y pasear: los jardines botánicos. Cuanto me acuerdo de aquella época, y lo que disfruté de ella, llevando a los críos a conocer árboles centenarios, viejos gigantes que no dejan de asombrar a las generaciones que lo descubren.




Con la tempestad marchándose por fin de estas tierras, y con el sol empezando a asomar por el horizonte, el paisaje mostraba las profundas heridas de noches gélidas y copiosas nevadas. Ya se han restablecido todas las comunicaciones en el país, pero pese a ello ví arriesgado coger aún cualquier medio de transporte. Decidí hacer una visita cercana a uno de los lugares más coloristas de Birmingham, su Jardín Botánico. Aunque, con este tiempo, ¿podría reinar el color de las flores entre tanto blanco?

La respuesta fue un contundente sí.





El Birmingham Botanical Gardens son unos preciosos jardines situados en Edgbaston, muy cerca del centro de Birmingham. En total son unos 15 acres (6 hectáreas) de zonas verdes ajardinadas, además de tener varios invernaderos con especies vegetales tropicales y subtropicales típicas de regiones algo más calurosas.


La historia de este lugar se remonta a los siglos 18 y principios del 19, cuando un gran número de plantas fueron introducidas en Gran Bretaña procedentes de todas partes del mundo. El interés por ellas fue tal que se levantaron novedosos jardines botánicos por todo el país para mostrar estas especies únicas y maravillosas.

En 1832 comenzó a funcionar el de Birmingham, y la respuesta de la población siempre fue extraordinaria. A lo largo de su historia, los jardines se han auto-financiado gracias a la generosidad de los visitantes y clientes.





Acudir a verlo en esta época resulta especial. En el interior, en los invernaderos, hermosas flores sonreían bajo una sofocante humedad, al mismo tiempo que peces de colores y nenúfares asomaban en las turbias aguas de estanques artificiales. En el exterior, en los jardines, lagos y fuentes permanecían congelados bajo la sombra de enormes araucarias, que impedían el paso de la luz del sol, mientras la flora de los alrededores luchaba por volver a florecer.




Cuantos recuerdos de aquella época, y lo que disfruté de ella.


(todas las fotos de esta biológica visita, a máxima resolución, pinchando AQUÍ)

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