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23 octubre 2010

Día 41. La historia del Black Country

(animales, castillos, industrias, libros de historia, y agua, mucha agua, que formaron un coctel explosivo que me salpicó un 22 de octubre de 2010)


Le estaré eternamente agradecido al constructor que hizo la que hoy son las ruinas del monasterio de Dudley en Priory Park. Algunos de sus gruesos muros y arcos de piedra resisten el paso de los años y me sirvieron de cobijo para resguardarme del aguacero que sorprendió a propios y extraños. A veces olvido como se las gasta la climatología en este país.




En una cena días atrás, mi casero me contó con todo lujo de detalles la historia más reciente de Dudley, ciudad situada al sur de Wolverhampton. Todo vino por un comentario mío, donde mostraba mi sorpresa por la cantidad de pakistaníes e indios que vivían en West Midlands.

- El Black Country…- me respondió él.

¿Un país negro? ¿Qué significado tiene?




Siglos atrás, la zona se había convertido en una de las más intensamente industrializadas del país (la famosa Revolución Industrial), necesitando mucha mano obrera que provenía de estos países asiáticos. Las minas de carbón del sur de Staffordshire ayudaban a los hornos de las fundiciones de hierro y fábricas de acero del lugar, produciendo un nivel de contaminación del aire como muy pocos sitios en el mundo. Se cree que el nombre de Black Country es debido a la contaminación de estas industrias pesadas que cubrían el área de hollín negro. A día de hoy no queda prácticamente nada, antiguas fabricas hoy cerradas y un museo que recuerda este pasado no tan lejano.




El tizne también lo sufrió el castillo. Al igual que otras muchas regiones de Reino Unido, Dudley puede presumir de tener una fortaleza medieval en sus tierras, aunque no de muy grandes dimensiones, situada en lo alto de un cerro y visible desde cualquier punto de la ciudad. Según la leyenda, un castillo de madera fue construido en esa misma ubicación en el siglo VIII por un señor llamado Dudley Saxon, de ahí el nombre de la población.

Donde hay un castillo hay un negocio, pero para mi gusto, esta vez a los ingleses se les ha ido la mano. Alrededor suya han construido un zoológico (¡Qué mejor idea para proteger la fortaleza que unos cuantos leones!), y si estás interesado en visitarlo, tienes que pagar a la fuerza el precio de la entrada al zoo.




La lluvia estuvo presente casi toda la jornada, desluciendo un poco la visita. Cuando el cielo lo permitía, aprovechaba para pasear por el casco antiguo, anestesiado por el tiempo. Cuando el cielo decidía revelarse (y no me pillaba en mitad de un parque viendo unas ruinas), me refugiaba en pequeños comercios o cafeterías, siempre bulliciosas, calentándome con un buen chocolate caliente y aprendiendo un poco más de una población en su mayoría descendiente de aquella revolución que cambió el mundo.





(todas las imágenes captadas de aquel día, sin hollín negro de por medio, pinchando AQUÍ)

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