El fuerte y guapo exprimidor, cargado de colores llamativos, llevaba tiempo observando a la bella media naranja. Ella, tímida y coqueta, paseaba todas las tardes por la encimera de la cocina, y se dejaba querer. Un día el exprimidor y la media naranja entablaron conversación, siempre distendida, donde no faltaban las bromas y las risas. Ella era ingenua e infantil, y usaba muy a menudo su imaginación para contarle al exprimidor bellas historias de príncipes y princesas, de reinos lejanos y mágicos, consiguiendo alejar a los dos de aquella cocina por unas horas; el exprimidor, serio y formal, le seguía la corriente a la media naranja, y lejos de apagar su imaginación, la alimentaba dándole mas juego y participando.
Pese a los consejos de las amigas sobre el peligro de entablar relación con el guapo exprimidor, la media naranja empezó a verlo con buenos ojos y le hizo caso a su corazón: ella era muy feliz junto a él y eso era lo más importante. El exprimidor le seguía a corriente, encandilándola con besos y “te quieros”, y durante meses la media naranja le aportó su sabor frutal y ácido, rellenando el recipiente del exprimidor de zumo.
Pese a los consejos de las amigas sobre el peligro de entablar relación con el guapo exprimidor, la media naranja empezó a verlo con buenos ojos y le hizo caso a su corazón: ella era muy feliz junto a él y eso era lo más importante. El exprimidor le seguía a corriente, encandilándola con besos y “te quieros”, y durante meses la media naranja le aportó su sabor frutal y ácido, rellenando el recipiente del exprimidor de zumo.
Una tarde el exprimidor, serio y formal, le comunicó a la media naranja que no quería verla más. Cuando ella, hundida en la tristeza, le preguntó el por qué de su decisión, le contesto: “porque eres débil”. La media naranja se miró al espejo y comprendió las palabras del exprimidor, ya que ahora sólo veía una media naranja estrujada y vacía.


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