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13 agosto 2010

El techo del renacimiento

Viaje a Italia. Primavera del 2010.

Desde el Baptisterio de San Juan, el Campanario lo tenía mano derecha. De planta cuadrada y recubierto de mármol blanco, verde y rojo, mantenía intacta su decoración externa de medallones y esculturas, aligeradas con tríforas y bícoras. De frente, Santa María del Fiore, la catedral gótica más impresionante del mundo, cuyos muros llevan soportando durante siglos la imponente cúpula. Por más que miraba las dos construcciones, no sabía decir cual de ellas estaba más cerca del cielo.


La respuesta la obtendría subiendo a una de ellas. Aunque entrar en el interior de la catedral es gratis, subir a lo alto de su cúpula no, debía de pasar por taquilla (8 euros por persona) no sin antes aguantar un rato en la cola.

Pasado el trámite, a medida que ascendía por los 414 escalones, además de quedarme sin aire en más de una ocasión, pude disfrutar más de cerca de los frescos de la parte interior de la cúpula, obras de Vasani y Zuccari, que bajo sus pinceles decidieron enfrentar a santos y demonios eternamente en aquel rincón de Florencia.


Tras atravesar los últimos y estrechos pasadizos, llegué a la cima de la cúpula, una base redondeada de mármol situada a 87 metros de altura desde donde se contemplaba toda la ciudad. Mientras el viento se empeñaba en alterar la paz del lugar, la vista se perdía entre pequeñas viviendas de fachadas tradicionales renacentistas, en el río, en la vecina Basílica de San Lorenzo, en el Palacio Vecchio… y en el Campanario, que resolvía el interrogante al mantenerse su punto más alto unos cuantos metros por debajo de mía.



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