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28 diciembre 2011

Día 473. Turrón húngaro

( la Navidad no es igual en todos los sitios... )



Pocos eran los indicios que te hacían sentir que vivías en fechas navideñas. Algún que otro cartel colorista, alguna que otra representación del nacimiento, algún que otro árbol con luces y adornos. Salvo excepciones, debías estar atento si no querías que pasaran desapercibidos. Escaparates de negocios a pie de calle mantenían una estricta compostura de firmeza y austeridad frente a la fiebre de luces y acicalamiento del oeste de Europa. Incluso los rostros de sus habitantes mantenían una seriedad impropia de las fechas. Es Navidad, sí, pero a su manera.





Cerca del Danubio, por los alrededores del Parlamento y demás atracciones turísticas, Budapest daba una cara afable, y pese al frío encontrabas el calor en concurridos restaurantes y centros de ocio. Algunos puestos de venta ambulante, cargados con una gran variedad de productos, animaban atrayendo a clientes las principales avenidas y plazas de la ciudad. Uno de ellos, el de venta de árboles de Navidad, era el más concurrido.

- ¡No foto! – me dijo la señora, con un fuerte acento del este y cara de pocos amigos, viendo mis intenciones de retratarla con el árbol.

Alejándote del río, callejeando y conociendo la otra parte de la ciudad, el frío era casi una constante. Aún con la luz del día, ves cosas que nunca consigues digerir. El viejo metro de la capital, al igual que puentes y recovecos de construcciones que protegen de las inclemencias del tiempo, son hervidero de mendigos y personas sin hogar, necesitados de comida en el mejor de los casos, y de medicación en los peores.





Con el paso de las horas y la llegada de la noche, confirmas que las luces que asomaban en el paisaje eran las mismas que las de cualquier otra estación del año, que los enormes y viejos edificios que te producían admiración se convertían en gigantes de sombras demasiado imperturbables. Fuera de la zona turística, desmedidas barriadas de bloques de ocho y diez plantas se extendían alejadas de la vía principal, solitarias cuando el sol desaparece por el horizonte, dejando a pie de calle el vaivén del tranvía y los pequeños negocios ya con el candado echado.

Estación de paso hacía mis verdaderas vacaciones de Navidad en España, la segunda incursión por Budapest me mostró su otra cara, la del día a día, más dura, difícil de asimilar en ocasiones, nada que ver con el blando y sabroso bocado de sus atracciones turísticas. Duro y blando. Como el turrón.



(gracias a Rocío, Pablo y Víctor por su compañía durante este corto pero intenso periplo por tierras húngaras; hora de familia y amigos en España, y de colocar los dos últimos post del año…)

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