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20 octubre 2011

Vivencias (IV). Un rezo diferente

Domingo por la mañana. La curiosidad y las ganas por vivir nuevas experiencias me vencen, y no dude en aceptar la invitación que me ofrecieron mis caseros para acudir a misa. Al mismo tiempo que bajaba las escaleras de casa bien arregladito y perfumado, escuchaba la voz de mi casera preguntándome con media sonrisa si no me faltaba llevar algo.

“No”, pensaba para mis adentros… móvil, pasaporte, algo de dinero… lo llevo todo.

Viendo que no me percataba, me puso en las manos un pequeño libro de pasta oscura, el Nuevo Testamento, pero traducido al inglés para poder entenderlo. Tanto ella como su marido llevaban en sus manos otros tantos, pero en Eslovaco. Sonreí y le dí las gracias.

Una vez entré en la iglesia, mis presagios se hicieron realidad. Busque por todos lados algún crucifijo, pero si éxito. Las paredes estaban desnudas, y en el altar mayor un señor vestido con gruesas túnicas negras permanecía sentado mirando al infinito, esperando no se qué exactamente.

Avancé por el pasillo principal hasta que mi casera me hizo un gesto con el brazo para ocupar asiento en un banco de un lateral. Llegué a él y me senté. Un montón de susurros y chismorreos nacieron a mis espaldas de fieles que llenaban los bancos traseros. Mierda, algo había hecho mal. Me fijé en mi casera. No se habían sentado, estaban rezando de pie. Me levanté corriendo, justo en el momento que ellos se sentaban. Me senté corriendo. La mañana iba a ser entretenida.


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