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18 octubre 2011

Día 385. Cántame las horas

(un esperado encuentro que, de no haberse demorado, hubiera llegado a sus pantallas un 26 de septiembre de 2011)




Después de unas cuantas horas de viaje desde Bratislava, llegué a la estación de autobuses pasadas las 11 de la mañana, con un sol de escándalo que me recordaba una y otra vez que llevaba demasiada ropa encima. Allí me esperaba Diana, mi futura compañera de trabajo, para darme la bienvenida y mostrarme el alojamiento, la escuela y el pueblo en general.






Pequeña, fácil de recorrer a pie. Nunca demasiada gente paseando por sus calles, sobretodo a partir de las cinco de la tarde. Un par de parques, no muy grandes, pero con algunos centenarios habitantes. Ningún McDonald, Burger King, karaoke o cine que pueda llenarse de adolescentes. Aceras en su mayoría desgastadas por el paso de los años, pero siempre limpias. Varios supermercados donde poder pasar el rato y enterarte de los últimos cotilleos. Una plaza principal muy original. Así recuerdo Roznava sin aún instalarme en ella.







Si hay un lugar de Roznava que supe desde el principio que me ganaría sin darme nada a cambio fue su plaza mayor, el centro de toda la actividad del pueblo. Mira que conozco plazas por Europa, pero ninguna que recuerde tan peculiar como esta.

Además de tener en sus alrededores una catedral gótica con bellas pinturas renacentistas, esta plaza medieval, muy bien conservada, destaca por tener en el centro una torre del reloj del siglo XVII que te canta cada hora. Si, te canta. Llegan las cuatro de la tarde, por ejemplo, y empieza a sonar una melodía durante un rato que te recuerda que llegas tarde a alguna cita, que eres una hora más viejo o que, simplemente, estas en Roznava y no en otro lugar.







Con un pasado marcado por la actividad minera de la zona y la cercanía a la vecina Hungría, Roznava esta consolidada hoy en día como una ciudad turística, un punto de comienzo para muchos mochileros que aman la naturaleza en su mas pura esencia, ya que los alrededores están sobrecargados de espectaculares parajes naturales y paisajes dignos de cualquier libro de cuentos.

Ahí voy yo, tirando de la maleta verde, esa que algún día jubilaré pero que de momento me responde y me acompaña allá por donde voy. Un nuevo techo que me acoge, nuevas caras, nuevos proyectos y desafíos por delante en los próximos meses, y por supuesto, nuevos lugares por conocer. Así es la vida de un nómada eternamente feliz.

(desde Roznava, mi nueva casa, un beso enorme para toda mi gente, esa que tambíen meto de forma figurada en mi maleta verde y me acompaña allá donde voy)

1 comentario:

  1. Bella descripción espero más aun, así como también espero no guardes esa maleta verde sin antes venir a México hee... un abrazo chao.

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