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29 noviembre 2010

Día 77. Shakespeare bajo cero

(una inmersión en la literatura inglesa que, a pesar del frío, ocurrió un 27 de Noviembre de 2010)


El momento mas frío de la jornada fue cuando llegamos a las cercanías del río Avon, a pocos metros de Holy Trinity Church. Un pequeño parque daba paso a los terrenos colindantes a la iglesia, una colección de viejas lapidas repartidas sin orden aparente por la zona. La mayoría de los árboles que las acompañaban se mantenían desnudos, resignados por el temporal, aguantando una gélida brisa que prolongaba nuestro malestar. Era hermoso ver todo nevado, teñido de blanco, pero…

- Dentro de la iglesia se debe estar calentito.

Y para allá fuimos los cuatro, buscando algo más que la tumba de Shakespeare. En el interior del aquel templo es donde fue bautizado y enterrado el dramaturgo inglés. La entrada es gratuita, pero como donde hay interés hay negocio, si quieres acceder donde esta situada su tumba tienes que pagar una simbólica cantidad.





Esta vez no me equivoque de pueblo, y en compañía de Bea, Rosa y Lucia visite Stratford-upon-Avon, mas conocido como el pueblo de Willian Shakespeare. Y es que si Liverpool es a los Beatles, este pueblo no se queda atrás explotando la figura del escritor. Puedes encontrar absolutamente de todo relacionado con él; lo más famoso posiblemente, la iglesia antes mencionada y su casa natal, así como otras propiedades donde vivió en algún momento de su vida.




Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon (o simplemente El Bardo), Shakespeare es considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal. Sus obras han sido traducidas a las principales lenguas y sus piezas dramáticas continúan representándose por todo el mundo. A el le debemos tragedias como Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo… o comedias como El mercader de Venecia. Una estatua suya, sentado y rodeado por algunos de sus personajes ficticios, se situa en The Bancroft, un jardín que también esconde un pequeño embarcadero.





El colorido y el sabor añejo que aportan sus edificios es asombroso. Además, es raro no encontrarte mientras paseas personajes vestidos de época o reliquias en puestos ambulantes. Todo sea por la tradición.





Si a todo eso le sumas la vida que añade el río, el cuadro que terminas confeccionando es toda una obra de arte. Pese a visitar la ciudad en la época más desapacible, todos terminamos encantados y deseando poder volver en primavera para disfrutar más tranquilos del lugar. No esta lejos de Birmingham, apenas cuarenta minutos en tren.

Aún me dura la nariz colorada, al igual que las mejillas. Seguramente esta sería la mejor época para encerrarse en casa y escribir, ¿verdad, William?




(todas las fotos de esta visita, con algo de nieve y a máxima resolución, pinchando AQUÍ)

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