Hace mucho calor hoy en Fez. Aún mantengo en la retina la principal curtiduría del país vista hace unos minutos desde la terraza de una tienda de souvenirs, un paisaje cargado de cubas de colores apiñadas, con multitud de trabajadores a su alrededor tragando una densa humareda procedente del suelo.
Un grito lejano me devuelve a la realidad. Continuo dentro del zoco, siguiendo al guía turístico entre caminos pedregosos y estrechos que conforman viejas casas, bajo un cóctel de olores indescriptible. Hay gente por todos lados, y en cada portal una pequeña tiendecita cargada de objetos diversos, con un señor invitándote a entrar. Me llama la atención un chico que pasa correteando a mi lado; desgreñado, va descalzo, con los pantalones rotos y sucios, pero con una enorme sonrisa. Otro grito más cercano. El guía nos ordena que nos metamos dentro de un portal rápidamente. Así lo hacemos sin entender el porqué; a los pocos segundos vemos sin peligro como un pastor pasa a toda velocidad con su burro cargado de sacos.
Hay que tener 100 ojos en Fez. Esta ciudad imperial de Marruecos cuenta con calles laberínticas y la Medina de Fez el-Bali (antiguo Fez), uno de los mayores emplazamientos medievales que existen actualmente en el mundo, con puertas y murallas que potencian su magnificencia.
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