- ¡Guau! – decía alargando la palabra hasta donde el aliento me permitía.
Alquilamos Pablo y yo un coche y nos adentramos en las enigmáticas montañas del sureste de Eslovaquia, sorteando curvas, rectas, subidas y bajadas, y disfrutando de un espectáculo impagable. El otoño ya había llegado, y perderse entre aquellos caminos significaba formar parte de una acuarela de trazos irregulares, salpicada por la extensa gama de colores de la vegetación y el azul de lagos y riachuelos.
- Intenta parar aquí…
Posiblemente sería una de las frases mas repetidas en el viaje. Tan entusiasmado andaba que no se cuantas veces pude mandar parar a Pablo. Salía despavorido del vehículo y buscaba la mejor vista, esa donde tus ojos llegan a alcanzarlo todo. Paisajes idílicos que aún el hombre ha sabido perdonar.
Un par de suspiros, tres adjetivos desmesurados, unas cuantas fotos, y vuelta a la carretera. Una carretera tan desconocida como maravillosa.
(¡Grande Pablo! ¡Gracias por tu compañía estos días! No fallas nunca a ningún viaje, allí donde me traslado, allí donde vas. ¿Dónde será la próxima?)
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